sábado, 7 de febrero de 2015

Borracho.

En la abstracción de la fantasía burda en la que el borracho viaja
se esconde más de un secreto desconocido por el propio portador del delirio.
Es dulce, amargo, brillante y luminoso. Puede prenderte en llamas, así como consumirte tal como fuego que prende antorcha al tabaco que fuma el extraño hombre de la casa abandonada.
Este atado, es sucio y viejo, así como su misma víctima del placer culpable. Y cabría poner comillas al efecto del veneno que uno mismo pone en su copa.
El humo se expande por toda la zona, impregnada en el olor de la tierra mojada tras la lluvia que más de uno podría matar por beber.
Que riega una pequeña y frágil planta, que sus tallos contra la tierra se prenderán, siendo una consecuencia directa del objeto misterioso que como en un ruido silencioso arderá y torturará al ser vivo.
Pero en esta locura ¿qué lugar ocupa el espectador, que intrigado mostrará su compasión a los involucrados en la tragedia diaria de una mañana dominical?
Dichoso sea el que sienta tentación a huir de un infierno en vida que posiblemente el mismo provocó, y que, solo para sí, él mismo acabe.

Y volveríamos al comienzo, transformándose este cuadro en un ciclo, puesto que el embriagador secreto permanecería como falso, real y oculto a la vez, tirando al hombre en la calle, bajo la lluvia, en un remolino de colores que colapsan y se mezclan, para transformarse en una masa homogénea que irá directo al horno.

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